Por Coralí Puyelli
En 1992, Ricardo Barreda asesinó a su esposa, sus dos hijas y a su suegra en su hogar de La Plata. A más de tres décadas del crimen, la defensa pública y mediática que recibió el homicida revela la profunda complicidad del patriarcado en la perpetuación de la violencia de género.
Cronología del caso:
El 15 de noviembre de 1992, en una casa en la ciudad de La Plata, Ricardo Barreda asesinó a su esposa, Gladys McDonald (de 57 años), a su suegra Elena Arreche (de 86 años) y a sus dos hijas, Cecilia (de 26 años) y Adriana (de 24 años), quienes eran odontóloga y abogada, respectivamente.
Intentando simular un robo, desordenó la casa, desechó los cartuchos y la escopeta. Luego, pasó el día en el zoológico, en el cementerio y en un hotel alojamiento con su amante. Al regresar a medianoche, llamó a una ambulancia y relató la historia del robo. Al ser trasladado al destacamento policial, el comisario Ángel Petti le dio un ejemplar del Código Penal argentino abierto en la página que contenía el artículo 34, que establece la inimputabilidad de aquellos que no entienden lo que hacen, por locura u otra causa. Barreda al parecer se sintió seguro con este dato, y poco tiempo después le confesó todo al comisario.
En agosto de 1995, Barreda declaró con mucha serenidad cada detalle del crimen ante los jueces Carlos Hortel, Pedro Soria y María Clelia Rosentock, quienes lo condenaron a reclusión perpetua por triple homicidio calificado y homicidio simple. A pesar de que la jueza Rosentock había aceptado lo que declaró el perito Capurro sobre que Barreda padecía una «psicosis delirante», proponiendo declararlo inimputable.
En 2008, Barreda obtuvo prisión domiciliaria y se mudó con su novia Berta “Pochi” André a Belgrano, Buenos Aires. Hasta que a fines de 2014 fue detenido nuevamente al ser denunciado por su pareja por problemas de convivencia y una situación considerada riesgosa para ella. Dos años después, se declaró “extinguida” la pena y se hicieron cesar las “accesorias legales impuestas” por lo cual Barreda quedó en plena libertad.
A los 83 años, el 25 de mayo de 2020, falleció a causa de un paro cardiorrespiratorio.
Barreda y la mirada social ante sus declaraciones:
Inmediatamente después del crimen, diversos sectores de la sociedad y los medios de comunicación intentaron justificar el accionar de Barreda, describiéndolo como una víctima de un «entorno opresivo» y «provocativas» por parte de las mujeres de su familia.
En los años 90, la cobertura de los asesinatos de mujeres en la prensa se enfocaba principalmente en el ámbito policial y aún no existían espacios legítimos para abordar la violencia de género. Este proceso empezó a cobrar fuerza a partir de la década del 2000. En ese entonces, se utilizaban términos como “accidente”, “crimen pasional”, “violencia familiar” o “violencia doméstica”, que tienden a fragmentar la violencia de género, reduciéndose a un asunto de carácter privado. Además, tras estos crímenes, se cuestionaba el papel de las mujeres, preguntándose ¿qué habrá hecho? para que el hombre perdiera la cordura.
En 1995 Barreda declaraba:
“Aquel domingo bajé lo más tranquilo. Ellas acababan de almorzar. Pasé por la cocina y le dije a mi esposa: voy a pasar la caña en la entrada, el plumero en el techo, porque está lleno de insectos atrapados que causan una muy mala impresión. O sino, le digo, voy a cortar y atar un poco las puntas de la parra que ya andan jorobando. (Gladys McDonald) Me dice: “mejor que vayas a hacer eso. Andá a limpiar que los trabajos de Conchita son los que mejor te quedan, es para lo que más servís.” No era la primera vez que me lo decía y me molestó sobremanera. El asunto viene a que yo me atendía mi ropa, si se me despegaba un botón me cosía el botón. Es decir, me atendía personalmente en todo lo referente a mi indumentaria. Al contestarme ella así, sentí como una especie de rebeldía y entonces le digo: el Conchita no va a limpiar nada la entrada. El Conchita va a atar la parra. Para hacer eso había que sacar una escalera del garaje. Voy a buscar un casco que me había comprado y encuentro que afuera del bajo escalera, entre una biblioteca y la puerta, estaba la escopeta parada. Los cartuchos estaban al lado, en el suelo, en una caja, y así habían estado desde hacía mucho tiempo. Y ahí, bueno, fue extraño. Sentí como una fuerza que me impulsaba a tomarla. La tomo, voy hasta la cocina, donde estaba Adriana, y ahí disparo.”
Es necesario señalar que no hay ninguna prueba ni pista de lo que él denunciaba como maltrato fuera verdad. De hecho, el periodista Rodolfo Palacios lo cita en una de las muchas notas que le hizo donde Barreda dice “Soy ingenioso para inventar apodos”. Apodos humillantes, por lo cual no llamaría la atención que él mismo hubiese creado el apodo “conchita” para mostrarse como víctima.
Además, esa rebeldía repentina que describe no es más que otra de sus mentiras ya que no solo planificó como matar a su familia sino que lo ensayó. Fue comprobado que previamente al hecho había practicado tiro e hizo un curso de criminología para saber a que se podía enfrentar en términos de sanción penal, como por ejemplo si le convenía alterar el orden de sus asesinatos por cuestiones de herencias. Su estrategia, una vez que no pudo montar la mentira del robo, fue declarar que el delito había sido ejecutado bajo un estado de emoción violenta.
Estrategia que de hecho le sirvió ya que en el juicio logró convencer a la jueza Rosentock y a una parte de la sociedad que lo convirtió en una especie de icono popular de la cultura machista:
“Santo Barreda”
A mediados de la primera década del siglo XXI, empezó a circular en Internet la referencia a «San Barreda», un supuesto santo protector de los hombres maltratados por sus esposas y promotor del feminicidio. La estampita de San Barreda muestra al «santo» con la cara de Barreda, vistiendo una túnica típica de los santos romanos, con una aureola dorada alrededor de su cabeza, una escopeta en la mano derecha y una tijera de podar en la mano izquierda. En la parte superior de la imagen hay una parra. El lema de la estampita reza «¡Conchita! ¡No entiende!». El «culto a San Barreda» se presenta generalmente como una mezcla de humor misógino.
Imágenes “memes” virales:
Canciones:
Varios artistas han utilizado el caso de Barreda como inspiración para componer canciones en su defensa. Por ejemplo, la banda Ataque 77 en su canción «Barreda’s Way» escribe:
“Tuve una esposa y dos hijas
Y mi suegra basureandome de aquí para allá,
Siempre me decían «conchita»
Me trataban como mierda sin razón en mi hogar
Pero un día me cansé de esperar…”
También se menciona a Barreda en la canción «La argentinidad al palo» de Bersuit Vergarabat (2004), donde dicen:
“Locatti, Barreda, Monzón y Cordera también
Matan por amor”
Otro ejemplo es la «Milonga para Barreda» escrita por Horacio Fontova (2005):
“El dentista se voló
silbando bajo a Beethoven
nueve tiros les clavó
de la vieja a la más joven
Hasta un arroyo llegó
dijo adiós a su escopeta
largó un suspiro y pensó
volaron las gallaretas.”
Tatuajes:
Perspectiva y estereotipos de género
La perspectiva de género permite analizar cómo operan las representaciones sociales, los prejuicios y estereotipos en cada contexto social. Podemos decir que el concepto de género abre y cuestiona “verdades absolutas” que muchas veces naturalizan las desigualdades entre varones y mujeres.
Históricamente las maneras de ser hombres y mujeres han sido pensadas desde lugares fijos, estereotipados, pero ¿qué son los estereotipos de género?, son imágenes sociales, representaciones simplificadas e incompletas y generalizadas que se realizan teniendo como base al sexo biológico.
Son estereotipos asumir que sean solo las mujeres quienes se tengan que ocupar o sean responsables de la crianza de las niñas y los niños, de las personas mayores o del trabajo doméstico. El estereotipo femenino está asociado con los cuidados, la emoción, la fragilidad, la docilidad, la obediencia a la autoridad masculina.
“Los hombres se entrenan desde sus infancias para evitar a toda costa ocupar el lugar de lo femenino en el orden patriarcal, esa es una versión fundamental de la masculinidad hegemónica. Entonces, desde esa construcción de lo masculino, todos los rasgos referenciados con la femineidad habrán de ser duramente evitados, reprimidos y hasta castigados. Así se pierde la posibilidad de la ternura, de la expresión de los afectos, de cierto contacto corporal amoroso, de ciertos disfrutes estéticos. Para esos varones parecerse en algo a una mujer es una de las peores cosas que les puede suceder porque los aleja de la pertenencia al colectivo privilegiado y porque los expone no solo a ese ostracismo sino también a la violencia. Esos varones son los que hemos construido en nuestra sociedad durante tanto tiempo y ese es uno de los caminos a desandar”. – Laura Sobredo, médica especialista en psiquiatría y psicoanalista (2022) – El Destape.
El caso Barreda ilustra claramente estos conceptos, ya que un hombre que asesinó a cuatro mujeres sin razón comprobable fue justificado en gran parte por la carga social de los estereotipos de género. Victimizarlo por el hecho de que, según él, pasaba el plumero, se encargaba de las plantas y se cocía la ropa no es más que otra manera de considerar las tareas domésticas como responsabilidad exclusiva de las mujeres. Estos supuestos “trabajos de conchita” resultan perturbadores para la sociedad machista simplemente porque no son las tareas tradicionalmente asignadas a un varón.
La razón principal por la cual toda una sociedad lo elevó a la condición de héroe, dedicándole canciones, grafitis, tatuajes y saludos en la calle, fue la idea de que «Pobre Barreda, que tenía que plancharse la ropa, no le dejaron otra opción más que matarlas». Incluso cuando le concedieron la prisión domiciliaria, la barra brava de Estudiantes le brindó un recibimiento con una bandera, y Gimnasia le dedicó pintadas en señal de apoyo.
Este caso es un claro ejemplo de cómo era nuestra sociedad en ese momento y nos brinda una oportunidad para reflexionar sobre los aspectos en los que hemos cambiado y aquellos en los que aún no. No debemos olvidar que, desde el 1 de enero al 31 de diciembre de 2023, se registraron 322 femicidios, con un promedio de uno cada 27 horas, una cifra que no deja de aumentar año tras año.